Sosteniéndonos emocionalmente durante el confinamiento

En la entrada anterior hablaba sobre la estructura necesaria para mantenernos “en pié” en este retiro obligado al que nos invita esta nueva situación. Están siendo días que nos enfrentan a la realidad de que no controlamos tanto como pensábamos. La situación manda y de nuestra relación con ella dependerá nuestra estabilidad emocional y física.

Retomando la metáfora del post anterior, es un buen momento para revisar y ajustar la estructura que habíamos establecido inicialmente, ya que lo fundamental de una estructura es que sea flexible y adaptable. Así, es importante observar cuales de las rutinas/rituales que establecimos están siendo viables y descartar aquellas para las que non encontré tiempo, o ben se me están haciendo muy cuesta arriba. Se trata de que ayude, no de que exija: no pasa nada por no producir, más que hacer sin más quizás la situación nos está invitando a observar cómo hacemos lo que hacemos.

La atención es un ingrediente fundamental para poner conciencia. Es algo que nos viene de serie, no tenemos que aprender a atender, lo hacemos de manera natural. Siempre tenemos la atención en algún punto, bien en la zona interna – las sensaciones que se dan de piel para dentro –; bien en la zona externa – la información de afuera que nos llega a través de los sentidos –; o bien en la zona intermedia – todos los fenómenos mentales, pensamientos, recuerdos, fantasías, catástrofes… –.

Una práctica posible es que, a lo largo del día, cuando nos acordemos, paremos a darnos cuenta de en qué lugar tengo mi atención: me pica aquí, tengo hambre, tengo la espalda tensa, escucho los pájaros, a los vecinos, qué bien huele esa comida!, cómo estarán mis padres? qué pasará con el trabajo?…

Por un instante acompaño a mi atención en su paseo de un sitio a otro y me doy cuenta a la vez de que algo se mantiene: mi respiración, la sensación del aire que entra y sale, sentida en el abdomen, en las fosas nasales, en el pecho… – cualquier lugar de tu cuerpo puede servir como lugar de referencia, donde mejor y más clara la sientas, estará bien –. A esta sensación vuelvo una y otra vez con mi atención como si fuese un ancla que me da una toma de tierra mientras voy observando, como un testigo, a mi atención.

Es posible que las emociones ocupen estos días mucha parte de nuestra atención. Con las emociones pasa algo habitualmente que es que vienen mezcladas unas con otras y a veces la etiqueta con la que referirnos a ellas no es clara. Puedo saber que me pasa algo, pero no sé qué es.

Ante esta indefinición es posible que tendamos a ponerlas en segundo plano, pensar que no es para tanto, que ya pasará, o que no nos apeteza pararnos con ellas.

Así estamos obviando la valiosa información que nos vienen a dar, ya que las emociones están ahí para indicarnos algo sobre nuestra adaptación al ambiente: bien que es importante que nos protejamos – miedo –; que nos sentimos invadidos y es importante poner un límite – enfado –; que necesitamos parar y digerir la pérdida de algo o alguien – tristeza –; que el ambiente en el que estamos nos “recarga las pilas”– alegría –; o que esa relación nos nutre – afectos –.

Ante el sentimiento de vulnerabilidad física o emocional, es importante no huir de él, no esforzarse en controlar la emoción o evitarla sino seguir actuando con ella. Quizás pueda servirte imaginar que, como adultx que eres, “coges de la mano” a esa vulnerabilidad, miedo, angustia, ansiedad, nervios… como si fuese un niño o una niña pequeña. Puedes parar un momento a localizar el lugar donde sientes mejor la respiración y echar allí el ancla de la que hablábamos antes – recuerda, cualquier lugar donde la sientas servirá – y, contemplando la existencia de eso que “no sé bien qué es”, camináis juntxs, firme y centrando tu atención en la respiración, sin dejarte arrastrar por los envites de la emoción que tan sólo busca que la atiendas. Poner las manos en pecho y abdomen puede ayudarte a sentir mejor tu respiración.

Recuerda que el hecho de que no sepas qué te pasa, que no encuentres la etiqueta, o no entiendas por qué estás así, no supone que no esté ocurriendo algo en tu interior. Las emociones no le hablan a tu intelecto, se manifiestan en tu cuerpo y éste tiene una inmensa sabiduría.

No está de más recordar la etimología de la palabra emoción, proviene de e-movere: moverse hacia fuera. Las emociones tienen una dirección y pondrán toda su energía en pasar, en atravesar y salir; vienen con la intención de darte información, son aliadas.

Por ello, si sientes cualquier emoción, atiéndela, está pasando, es/está presente y es ahora el momento. En la medida de posible atiéndete, respira y dale un tiempo a que te atraviese, porque esto también pasará.

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