El duelo, que duele

El momento que estamos viviendo supone la pérdida de muchas realidades que estaban presentes en nuestro día a día previo. Pérdida de la libertad de nuestros movimentos, de la salud en caso de lxs afectadxs por el virus, de seres queridos que fallecen en estos momentos, de la seguridad del sustento que dan las condiciones laborales, de la presencia de los afectos a través del contacto físico, de la manera de relacionarnos tal y como lo hacíamos, de las expectativas que teníamos para el futuro…

Toda pérdida, sea física o simbólica, supone un proceso de duelo. Y el duelo, duele. El cambio implica una serie de emociones que requieren de un tiempo y un acompañamiento en ellas. El duelo es un proceso natural, imprescindible, adaptativo e individual.

Hay una frase que me acompaña en estos tiempos: “Colaboremos con lo inevitable”, en este sentido comparto información que quizás ayude a darle un lugar a aquello que estamos viviendo.

Los duelos son procesos de cambio, a veces suponen rupturas – con un trabajo, con una persona… –, otras son transformaciones – por ejemplo en la vida vamos dejando etapas atrás: infancia, adolescencia… –. Sean simbólicos o físicos todos requieren de una elaboración, de un tránsito entre lo conocido, con la seguridad que implica el saber cómo,  y lo desconocido, que supone la incertidumbre de no saber aún. Afrontar una realidad no conocida nos deja por un momento en el  vacío algo difícil de sostener mas esencial para que surja lo nuevo.

En la “digestión” de esta nueva realidad se observan varias fases – definidas por la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross – que no tienen una lógica lineal ni una temporalidad estándar, mas son etapas del camino para unha asimilación completa.

Es importante saber que todas estas maneras de afrontar lo que nos está pasando son adecuadas. Cuando algo duele mucho, si dejamos entrar todo el dolor junto no podríamos sostenerlo, por ser una carga demasiado abrumadora. Cada uno de estos pasos es natural y la mejor manera que tiene nuestro organismo de procesar y “digerir” aquello que es difícil de “tragar”. Acelerar el proceso o evitar alguna de las reacciones naturales no ayudará a la persoa a hacer una elaboración y asimilación. Toda colaboración irá en el sentido de acompañar a la persoa en lo que está sintiendo, haciéndole saber que no está sola, y respetando su manera de vivirlo ya que nadie más que ella está vivenciando la experiencia real de cambio.

Así suele haber un momento de negación, en el que nos aferramos a la irrealidad del cambio, “no puede ser”, miramos para otro lado, evitamos contactar con aquello que tenemos delante.

La rabia es una emoción presente también en este proceso, la frustración, la injusticia, el enfado, la culpa, el “por qué a mi”, “no me lo merezco”… toda la energía a la que non le dimos salida en un primer momento de negación, sale abruptamente a través de estas expresiones.

La negociación aparece en forma de pensamientos como “si hubiera hecho esto ahora sería diferente”, un último intento de volver a la realidad previa, de escapar del presente que nos contacta con la pérdida que comienza a verse como obvia.

Una vez que podemos estar en contacto con la realidad de la pérdida viene la fase de depresión, la tristeza natural porque lo que/a quien queríamos con nosotros ya no está. Después de tanto tiempo de lucha llega el “no sé qué hacer”, hay una pérdida de sentido en contacto con el vacío y puede aparecer el medo al olvido, a «rompernos» y no saber continuar, mas finalmente la energía baja y aparece un cansancio que hace frenar el ritmo: podemos contactar con la vulnerabilidade. La tristeza es una emoción que nos recoge, frena los esforzos de lucha para permitir una reevaluación de lo que hay ahora en el presente.

Por último tras atravesar el dolor previo, comenzará a aparecer una sensación de paz en este nuevo presente: la aceptación. No es una etapa con una energía alta, como supone la felicidad o alegría, sino a la que se llega cansadx y tiene más que ver con una serenidad esperanzada, donde se comienza a saber y contactar con las posibilidades presentes.

La circunstancia actual dificulta la presencia y acompañamento físico durante todo este proceso, que tiene una duración variable en función de la persona y de la magnitud de la pérdida – del vínculo emocional subjetivo que nos una a quien/a lo que perdemos –.

Cuando hablamos de la pérdida de un ser querido nos vemos a día de hoy privadxs de las reuniones rituales que permiten a la comunidad a la que pertenecemos acompañarnos en este tránsito, en esta despedida. Independientemente de que exista o non una creencia religiosa, como seres humanos somos buscadores de sentido. En este sentido, las ceremonias – compartidas o individuales –, entendidas como cualquier acto simbólico hecho de forma consciente, son procesos que nos ayudan a la elaboración de este tránsito. Los recursos espirituales o sentimentales como revisar fotografías, compartir recuerdos, meditar… son de ayuda en estos momentos para poder despedirnos de aquello/ de quien ahora no está presente.

Sabiendo que se trata de un proceso emocional, por lo que non es cuestión de entenderlo, sino de sentirlo, quizás conocer cómo funciona nos ayude a “darnos permiso” para sentir aquello que ya estamos vivenciando, a dejar de luchas con nuestras emociones y abrirles paso.

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